"El punto culminante de todas las lecciones de Jesús de indefensión y perdón fue la crucifixión; ciertamente la más tentadora de todas las situaciones para tornarse defensivo y airado.
Además, ciertamente estaba dentro del poder de Jesús salvarse a sí
mismo. Los espectadores se mofaban de él, diciéndose unos a otros: "A
otros salvó y a sí mismo no puede salvarse.... Ha puesto su confianza en Dios;
que le salve ahora, si es que de verdad le quiere" (Mt 27:42-43).
Sin embargo, era precisamente porque confiaba en Dios que Jesús podía
permanecer en la cruz, sin temor a la muerte. Si bien podían atacar y herir su
cuerpo y su persona, su verdadera Identidad en Dios permanecía inexpugnable,
más allá de todo peligro.
Mientras colgaba de la cruz, y los demás percibían que estaba en gran
sufrimiento y a punto de morir, Jesús descansaba en el seguro Amor de Dios. Al
contemplar a la burlona multitud que clamaba por su muerte, Jesús veía
únicamente la necesidad de ayuda de ésta, no su odio.
El reconocía que sus acciones procedían del miedo al mensaje de la
verdad y a su Padre Que lo había enviado. Ellos no sabían lo que se hacían a sí
mismos. Su rabia y sus vituperios se transformaron en peticiones de ayuda ante
la percepción amorosa de él, y la ira se hizo imposible.
Vacío de todas las limitaciones humanas que lo habrían separado de la
gente que él amaba, Jesús invocó a su Padre en nombre de ellos: "Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23:34).
Esta súplica por el perdón a la gente que estaba delante de él, brotó de
ese amor, a través de la visión de toda la humanidad unida en el Padre,
imposible de separar por el miedo y la culpa que habrían desmentido la verdad
fundamental de la unidad de la creación. En este único acto de amor se resumió
su mensaje. En ese único instante el mundo se transformó. La luz del perdón
había llegado al fin al mundo de la obscuridad." -Dr. Kenneth Wapnick de su libro El Perdón y Jesús