“El milagro llega silenciosamente a la mente que se detiene por un instante y se sumerge en la quietud.” T-28.I.11:1
Cuando aquietamos la mente las distracciones dejan de tener poder sobre nosotros y ese es el milagro. Si por alguna razón estoy intentando aquietar la mente para que se me “resuelva” algo, o con la expectativa de que algo suceda, no tengo acceso al milagro, pues el milagro es el cambio de percepción de el miedo al amor, de el conflicto a la paz, no intercambiar una ilusión por otra.
Paradójicamente, con una mente aquietada la misma está abierta y receptiva a la inspiración, la cual podría llevarnos a la solución de cualquier aparente problema. Solo que lo que suceda es irrelevante para una mente que descansa en la paz de Dios.
Cuando aquietamos la mente las distracciones dejan de tener poder sobre nosotros y ese es el milagro. Si por alguna razón estoy intentando aquietar la mente para que se me “resuelva” algo, o con la expectativa de que algo suceda, no tengo acceso al milagro, pues el milagro es el cambio de percepción de el miedo al amor, de el conflicto a la paz, no intercambiar una ilusión por otra.
Paradójicamente, con una mente aquietada la misma está abierta y receptiva a la inspiración, la cual podría llevarnos a la solución de cualquier aparente problema. Solo que lo que suceda es irrelevante para una mente que descansa en la paz de Dios.