Cuando me identifico con la paz no tengo que preocuparme por qué decir ni qué hacer. Tan simple, tan obvio, y sin embargo que tan fácilmente se pasa por alto.
Así que vamos a ver los obstáculos a esa
simple reflexión. Cuando estoy identificado con la paz de Dios, estoy presente
en este momento. En realidad és así de simple. No estoy planeando, no estoy
controlando, no estoy intentando cambiar nada, estoy simplemente presente.
Desde ese estado de completa presencia
confío en que lo que esté haciendo o lo que me sienta inclinado a hacer o decir
siempre va en acorde con ese estado de presencia y por consiguiente será lo
“correcto.”
Luego llega un pensamiento como el de,
“¿que pensará mi pareja si no la llamo? ¿Se enfadará? ¿Me dejará? ¡Tengo que
llamarla!” Como vemos, ahora llamo a la pareja por miedo a perderla o a que se
enfade y una vez más me encuentro involucrado en el drama de la vida, en la
proyección distraído.
O estoy descansando en ese estado de
presencia, que por cierto, cuando me refiero a descansando no estoy hablando de
estar con los ojos cerrados en meditación sino de estar presente aquí y ahora,
por consiguiente la mente esta tranquila, no está planeando ni indagando ni
analizando, está simplemente completamente enfocada en este momento poniendo
toda su atención en lo que es ahora, y llega otro pensamiento, “que va a
suceder si no hago esto…, estoy sin trabajo como voy a pagar la renta…, las
cosas no van de cierta manera y eso significa…,” y de nuevo, me engancho en el
drama de la vida distraído una vez mas. Todos esos son obstáculos a la paz que
mora en este y cada momento presente.
Cuando practico a diario esos momentos de
presencia, estoy simplemente aprendiendo a no dejarme distraer con lo que
aparentemente ocurre en mi entorno, estoy aprendiendo a no dejarme distraer con
las interpretaciones que hago de los pensamientos que pasan por la mente y
tengo acceso a la Guía Interna (Espíritu Santo) que constantemente está
dirigiendo mis pasos.
Este proceso, que es tan simple, para poder
tomar ventaja de el hay que primero desarrollar confianza, y eso sucede cuando
nos brindamos espacios de quietud, de observación consciente, no de mirar
problemas sino que de conscientemente poder darnos cuenta de que todo lo que
nos distrae de este momento presente es falso. No importa cuan “real” aparenten
ser nuestras preocupaciones, lo único que es cierto es este momento y mas
ninguno. Es así como se desarrolla la confianza en el Espíritu Santo, cuyo
propósito no es “arreglar” nuestro mundo sino que enseñarnos a percibirlo de
otra manera para que no nos sintamos afectado por él.
Esa es en si la práctica diaria. No buscar
ni preocuparse por qué decir ni que hacer en cada momento. “No tengo que
preocuparme por lo que debo decir ni por lo que debo hacer, pues Aquel que me
envió me guiará.” T-2.V.18:3 Eso se hace por si solo.
Sino que mas bien poner la atención en este
instante, pudiendo observar cada pensamientos que surge recordando que, “nada
de lo que veo significa nada,” W-pI.1 que seria lo mismo que decir, “nada de lo
que pienso significa nada.” Ahora estoy completamente abierto a la Guía del
Espíritu Santo mientras que confío plenamente en que este y cada momento se
está desenvolviendo perfectamente como tiene que ser. Recordando que, ”todas
las cosas obran conjuntamente para el bien. En esto no hay excepciones, salvo a
juicio del ego,” T-4.V.1:1-2
Por lo tanto, independientemente de mis
circunstancias, la mente está descansando en la paz de Dios. Libre de
expectativas, libre de planes, libre de preocupaciones.
Me gustaría cerrar esta nota con un
extracto del libro de Liz Cronkhite titulado 4 Hábitos Para La Paz
Interior (4 Habits for Inner Peace)
donde ella comparte lo siguiente: