Cada
vez que confío en el momento presente y me entrego a él reconozco que
no tengo que hacer nada pues la vida misma se hace a través de mi. Este
no es un proceso intelectual como decir, “no voy a hacer nada pues la vida lo hará todo por mi” mientras no confío en la vida ya que eso podría ser una manera de no mirar el miedo e intentar evadirlo.
Es
mas bien un estado de completa confianza en cada momento donde lo que
sea que me encuentre haciendo, o no haciendo, es lo que se tiene que
hacer. No es algo que se planea con el objetivo de alcanzar nada, es un
hacer que surge desde un estado de completa presencia y confianza.
Inclusive
desde ese espacio de presencia y confianza pueda que me sienta
inclinado a hacer planes. Y si ese es el caso, será lo perfecto para ese
momento. Solo que los planes se hacen sin apego a resultados.
Luego
pueda que no me sienta inclinado a hacer nada con esos planes. Lo que
sí tengo que tomar consciencia es de observar si en cada momento estoy
experimentando miedo o paz. Pues el miedo me “motiva” a hacer cosas
mientras que el amor me “inspira” a hacer cosas. El miedo puede
paralizarme a no hacer nada mientras que el amor puede inspirarme a no
hacer nada ya que confío en que la vida misma me sustenta.
Por
eso es importante recordar que lo que hagamos, sea lo que sea, es
completamente irrelevante. Sin embargo, puede ser un acto representativo
de que recordamos lo que realmente somos o que nos olvidamos de ello.
Por
consiguiente no tengo que preocuparme por lo que tengo que hacer, sino
que mas bien entregarme completamente a este momento, que sería lo mismo
que decir, entregarme completamente a los brazos de la vida y confiar
en ella. Y paradójicamente mucho se hace sin tener yo que hacer nada.