Desde ese espacio, observando las escenas y el contenido de mi mente, puedo darme cuenta de como muchas veces me sentí un fracasado porque las cosas no fueron como quise al igual que porque creí que no era lo suficientemente apto como para poder crear mi vida.
También a veces me sentí como alguien que no pertenecía porque no hice las cosas como según el resto del mundo “deberían” ser hechas. Ahora reconozco que nunca fracasé, simplemente me juzgué por no confiar en la perfección de la vida misma.
Me doy cuenta también que no es que nunca pertenecí, sino que la grandeza que existe en mi, la cual todos compartimos, era la que no me permitía déjame influenciar por nada que fuese menos que esa grandeza.
Ahora soy consciente de que soy un pasajero, como siempre lo fui, en el tren de la vida, y no es que no sepa hacia donde voy, ni cual es mi rumbo, sino que agradecido estoy por no saber hacia donde voy ni cual es mi destino, pues confío en que la vida misma sabe lo que hace. La vida misma sabe a donde me lleva, y sabe que donde quiera que me encuentre estoy apoyado y completamente amado.
Por eso puedo disfrutar de ser un pasajero en el tren de la vida, reconociendo que ahora mismo estoy donde tengo que estar, en este vagón. ¿En que vagón me encontraré luego? No se, y honestamente no me interesa tampoco saber. Acepto completamente el vagón en el que me encuentre en cada momento, independientemente de que el vagón en ocaciones aparente ser oscuro, pues la confianza que tengo en la vida me permite seguir disfrutando de ser un pasajero en un tren sin rumbo a ningún lugar en especifico.