Cuando estoy durmiendo por ejemplo soy una
sola mente que está soñando. Sin embargo cuando me despierto y empiezo a
describir mi experiencia en el sueño me identifico con un yo que se cree estar
teniendo la experiencia del sueño.
Por ejemplo; si digo, “anoche soñé que
estaba hablando con mi hermano en el jardín de su casa”, observa que no digo,
“anoche estaba soñando, y estaba viendo a un personaje hablando con otro
personaje en el jardín de una casa”.
Si describiese el sueño desde esa
perspectiva se puede decir que estoy tomando la posición del observador del
panorama completo en vez de percibir el panorama desde la perspectiva de una
parte. Y esa parte sería uno de esos personajes el cual decido elegir como el
“yo”.
Pues aquí aparento estar observando el
mundo, y como estoy tan identificado con el yo que creo ser, pasó completamente
por alto el hecho de que esto es sólo una experiencia. Y que esa experiencia no
le está ocurriendo al yo que creo ser. En realidad ese yo está ocurriendo
dentro de la experiencia misma.
Por consiguiente si dejo de etiquetar y de
interpretar, y me entrego completamente a este instante donde por un momento
dejo de prestar atención a lo que creo que soy, estoy abriendo la mente a un
espacio de quietud y paz, ampliando mi percepción.
Lo que hace este proceso dificultoso es el
miedo a abandonar mi identidad como un yo separado aún cuando esa sea la razón
por la cual experimentó miedo. Pues me estoy abriendo a un mundo desconocido. Y
sin embargo cada vez que me abro a ese mundo experimento una paz y una
tranquilidad, y eso es lo que me motiva a continuar poniendo mi atención en ese
espacio de quietud.
Según la mente se siente más cómoda
entregándose a éste momento presente y por consiguiente experimentando la paz
que se encuentra ahí, va a ir desarrollando más confianza en ese espacio y
gradualmente des-identificándose de su identidad como un yo personal.
Esa experiencia es como una apertura mental
donde me siento pleno, donde en vez de sentirme separado de todo, a un nivel
mucho más profundo tengo esa sensación de que soy parte del todo. Ahora siento
que soy la vida misma en vez de un yo personal que se encuentra
experimentándose como una pequeña diminuta parte de la vida misma. Ahí tomo
conciencia de que siempre estoy interactuando conmigo mismo.
Ahora el mundo deja de tener efecto sobre
mi ya que ahora puedo observar el mundo desde la perspectiva de un observador
que sabe que su realidad no tiene nada que ver con lo que su sentidos aparentan
mostrarle.
Leer estas palabras no conducen a la
experiencia. Pero la práctica diaria de descansar en esos espacios de quietud
primero hace que estas palabras por lo menos hagan sentido y según nos sentimos
más cómodos y experimentando la consecuencia de esta práctica empezamos poco a
poco a interactuar con el mundo desde una perspectiva más amplia.
Lo que se requiere para empezar a abrirnos
a esta práctica es el deseo genuino de querer la paz de Dios. Querer huir del
miedo no es querer la paz de Dios. Es por eso que pueden muchas personas
experimentar frustración al querer poner esto en práctica. Querer la paz de
Dios es desearla como algo que tiene valor para nosotros no como una
herramienta para evitar o evadir el dolor.
Es por eso que cuando gente que
experimentan momentos difíciles se meten en la iglesia y rezan a diario, o
hacen mantras, o meditaciones, o buscan algún tipo de practica espiritual o lo
que sea, no porque de verdad quieren conocer a Dios en su corazón sino que
porque quieren que Dios les resuelva sus problemas. En otras palabras quieren
mantener su identidad como un yo separado y simultáneamente experimentar los
atributos de Dios.
Por consiguiente ¿cuál es el miedo que
tenemos a conocer a Dios en nuestro corazón? Qué para eso hay que dejar a un
lado nuestra identidad como un yo separado. Por lo tanto siempre y cuando yo
quiera sentirme aferrado a este “yo” es imposible poder entonces elegir la paz
de Dios. Pues de la misma manera que donde hay luz no puede haber oscuridad,
donde hay limitación no puede haber abundancia, donde hay separación no puede
haber unidad y donde hay paz no puede haber miedo.
Y de nuevo, la raíz de todo miedo es la
creencia de que yo soy este personaje separado de todo en un mundo de
separación. Por lo tanto, hay que tomar consciencia de ello para cuando ponemos
en practica esos espacios de quietud, es porque queremos elegir la paz de Dios
como algo que valoramos a diario. Si espero tener un problema para entonces
querer la paz de Dios, en realidad no es la paz de Dios lo que quiero.
Si de lo contrario deseo la paz de Dios de
todo corazón, esa será una practica diaria, la cual la valoraré aun cuando las
cosas en mi vida van “bien.” Porque sé que lo que de verdad deseo es la paz de
Dios.
Por lo tanto, ¿si estás leyendo este
escrito, pregúntate, “¿que es lo que realmente valoro?” Y observa lo que haces
a diario. Eso es lo que realmente valoras. Si no tienes tiempo para darte
espacios de quietud a diario, no porque las cosas van “mal” sino que porque
realmente lo deseas, es porque lo que valoras es todo aquello en el que
inviertes todo tu tiempo. Es así de simple. Y no hay nada malo con ello. Es
simplemente ser consciente de lo que realmente valoramos.